Una mirada a la fuerza de la Palabra de Jesús
San Juan, Apóstol y evangelista, nos sumerge en la contemplación de la persona de Jesús en los aspectos más nobles y sublimes de sus actitudes humanas que conectan con el corazón y el ser de Dios Padre. Él narra para su comunidad en conflicto y persecución, los detalles del comportamiento y el querer de Jesús que puedan despertar en los hermanos aquellas disposiciones para superar las dificultades, desparecer las divisiones, apaciguar las tensiones y erradicar los odios, es decir, para aprender a amar auténticamente; de esta manera hoy nos ofrece a Jesús como el Hombre-Dios, que es Amigo de los hombres y de Dios, que sabe hacer amigos a los hombres entre los hombres y con Dios. Es, en suma, un resumen de los distintos pasajes que todos los evangelistas nos ofrecen al narrar los diferentes encuentros y episodios en los que Jesús habla, interactúa, corrige y anima a sus “amigos”. Dicho de una vez, la amistad para Jesús se traduce entonces como el vínculo estrecho con el que se abraza y se ve a Dios en la existencia y relación de los creyentes que se hacen hermanos.
1.DEL CONCEPTO A LA REALIDAD:
La cultura occidental moderna está altamente influenciada por los conceptos planos y lineales que sólo expresan la exactitud de su significado, acostumbrándonos al simplismo que termina por comunicar poco o nada de las realidades. No así en la cultura hebrea del tiempo de Jesús y de sus inmediatos seguidores, para quienes existe una pluralidad de significados en las expresiones comunicadas por el mismo Jesús y reveladas posteriormente por sus discípulos; ese es el caso del concepto “amigos” tal como Jesús llama a los cercanos. La palabra deltexto original griego es filous, como una derivación del verbo fileo= amar, complacerse en, y que termina como un sustantivo filia= amistad, filós= amigo. Por tanto, para un cristiano, desde su origen el “amigo” es una realización del amor genuino de uno por otro, lejos de nuestra comprensión materializada, sentimental y emotiva que depende de nuestros gustos,preferencias e intereses. En Jesús el “amigo” adquiere el carácter de “el otro distinto de mí, que lleva también el sello de lo que es Dios= Amor, y por ello yo tengo un lugar en él y ese tiene un lugar en mí.
Así, al llamar a sus discípulos amigos, en realidad lo que Jesús hace con la fuerza de su Palabra es vincularlos a su Corazón que sabe realizar ese amor que Él es y tiene, para que por él entren en la dimensión de lo que quiere el Padre para la humanidad. Entonces la “Amistad” de Jesús= fuerza de su amor, se extiende a los suyos, haciéndolos “amigos”, es decir, capaces de ser para el mundo fuerza de amor, en acogida, servicio, respeto, cuidado y alegría.
2.DEL YO AL NOSOTROS:
La novedad de Dios para la humanidad se llama “Jesús de Nazaret”, Él instaura para todo hombre la posibilidad de realizarse y ser feliz descubriendo el actuar bondadoso y simple de Dios con sus acciones y con la fuerza de su Palabra que transforma y cambia la vida. A sus discípulos Jesús los hace participes y multiplicadores de esa “novedad”, no como premio a un esfuerzo o mérito personal sino en virtud de la urgente y necesaria comunidad de servidores que el Reino de Dios requiere en un mundo dividido, escaseado, desorientado, vacío,necesitado de amor auténtico.
Cuando los llama “amigos”, no son sólo Suyos, sino que al atraerlos a todos a su amor los vincula en un “nosotros” con identidad y tarea común donde nadie ostenta lugares, dignidades o facultades, son “amigos por igual del Único Igual, Jesús, cuyo Corazón sabe ver y respetar las individualidades para ponerlas al servicio de la comunidad como don y riqueza para todos. Esa es la naturaleza de la comunidad eclesial, de toda comunidad cristiana, hemos nacido como fruto del Corazón amistoso del Salvador. En Jesús y desde Jesús, donde tú y yo afirmamos nuestra fe, está la verdadera identidad del amigo como persona y de la comunidad que vive y se fortalece en la amistad, de entre cada miembro con Jesús y de los miembros entre sí. Por tanto Jesús hace de este vínculo más que una alternativa de relación de alteridad, compañía y agrupación y pone a los amigos en un destino común de salvación. Los cristianos no nos hacemos amigos en virtud de una atracción de personalidades o conexión de energías, o por gustos de simpatías, ello es necesario y es común, pero no es lo absoluto o lo único. Más bien, según la fuerza de la Palabra de Jesús lo hacemos porque en ese otro actúa, habla, espera y se muestra Dios. En definitiva, soy amigo del otro por el amor a Jesús y porque en él está- como en mí- la imagen y la semejanza de Dios que nos hizo hijos en el Hijo, es decir que el otro es para mí lo que Dios quiso que fuera- hermano- no lo que yo determino que sea.
Cuando formamos y dinamizamos la comunidad bien sea familiar, pastoral, eclesial o social podemos correr el riesgo de reducir los vínculos de la amistad a puras expresiones de cordialidad, que siendo muy buenas no siempre llevan el sello de la auténtica identidad cristiana. Es necesario no conformarse con tolerar, dar la razón, dar gusto, corresponder, acoger o respetar, sino que es más apremiante aún ponerle el sello de Jesús: complacerse en el otro por lo que es en Dios y para mí, como expresión de amor, aunque no siempre nos guste cómo el otro actúa o piensa; la diferencia no es adversario, es complemento- así se lo enseñó Jesús a Juan, el Apóstol, cuando éste intento hacer de la amistad con Jesús una exclusividad de los que iban detrás del Maestro. (Mc 9,38)
3. DE LOS AMIGOS A LOS ENEMIGOS: La Sagrada Escritura, cuya lectura y meditación nos pone en contacto con estos aspectos de Jesús, señala que el Señor tuvo amigos con quienes compartía su vida cotidiana, con ellos forjó su alma sensible para saber ser en los demás, porque todos importan para Dios. De ello se deriva el hecho de que Jesús hiciera de esta amistad el motor para extender la acción salvadora del Padre, y pone un sello a la amistad que será la nota distintiva de los que en Él crean, amen y esperen: “No hay amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13) y la dio para sellar definitivamente la amistad con Dios y con los hombres.
Paradójicamente la vida que se da por los amigos, incluye a los enemigos. Sin comprender o justificar la razón que nos debe mover, Jesús lo pone como una exigencia de quien se hace su servidor y su testigo; porque si el Padre ha llamado a todos los hombres amigos (Conc. Vat II- DV-#2), hace salir su sol sobre justos e injustos (Mt 5,45) y cada hombre, cada hermano es imagen y semejanza del Creador y Padre, entonces en la comunidad no debe haber razones para excluir o seleccionar, TODOS, incluso alejados y adversarios han de caber en el corazón de quienes se han hecho amigos de Jesús. Esa será nuestra nota distintiva y nuestro aporte significativo en el mundo como discípulos del Salvador, quedando como tarea la de corregir fraternalmente y enseñar el camino correcto para que cambie de conducta y encuentre la vida.
Las familias, las comunidades eclesiales, los grupos pastorales, los grupos de cercanos, tendríamos una fisonomía tan reluciente y atractiva, como impactante, si hiciésemos converger e incluir a quien es catalogado enemigo, distinto, adverso, para que la fuerza del amor lo atrajese a Cristo y no lo marginara de la posibilidad de ser feliz, esa sería nuestraverdadera amistad con el mundo; “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando” (Jn 15,14), y en su Palabra, con tu toda su fuerza, nos mandó amarnos de corazón= filous, es decir a ser amigos.
Podemos vivir los rasgos más naturales de nuestras relaciones humanas cargadas de expresiones y actitudes que evidencien nuestra capacidad de ser buenos, sociables y alegres, porque el mundo en nuestros entornos está necesitado de ello; pero más aún, estamos destinados a que, como creyentes y discípulos, como servidores de Cristo, testimoniemos en el mundo que es posible una amistad que nos divinice, que nos santifique y no sólo que nos recree o nos saque de nuestras soledades y aburrimientos. Con toda la fuerza de su Palabra, – aquella a la que siempre debemos estar abiertos tanto en la celebración litúrgica como en la vida ordinaria y diaria- Cristo nos hace hoy y siempre sus amigos. Que esta amistad con Él te ocupe, te una, te llene, te atraiga y te eleve porque sin duda es ÉL, EL AMIGO QUE NUNCA FALLA Y QUIEN LO HA ENCONTRADO, HA ENCONTRADO EL TESORO DE LA VIDA.
Jorge Hugo Hernández H (Teólogo- evangelizador)
¿Que es la lectio divina?
Hablar de lectio divina es hablar, ante todo, de un diálogo entre un amante y quien es amado. Es una lectura orante de la Palabra divina, que Dios, por pura iniciativa propia, ha querido comunicar al hombre. En este diálogo de amor, que se convierte en oración bajo la guía del Espíritu Santo, encontramos la acción poderosa de la palabra contenida en la Sagrada Biblia.
Desde tiempos antiguos, los monjes y los Padres del desierto, en medio de su vida ascética y en búsqueda de la paz espiritual, descubrieron el valor incalculable de la lectio divina. La Iglesia, como Madre y Maestra, nos ha transmitido esta tradición, con la cual hacemos viva, eficaz y actuante la Palabra pronunciada por Dios para cada uno de nosotros.
Para comprender el valor de la lectio divina, es necesario redescubrir primero el valor de la Sagrada Escritura, y más aún, entender con el corazón que esta Palabra tiene un rostro: Jesucristo (Benedicto XVI). Así, el ejercicio de la lectio divina nos permite contemplar, en el silencio, el rostro divino y amante que desea mirarnos a los ojos y revelarnos la luz de sus palabras, que son verdad y vida.
Pero, ¿cómo hacer lectio divina? ¿Cómo convertir un pasaje bíblico en oración? Ciertamente, no es fácil por nuestros propios medios; de hecho, puede parecer imposible sin la acción del Espíritu Santo, el mismo que inspiró su escritura. Para comenzar con la lectio divina, lo primero que debes hacer es pedir la fuerza poderosa del Espíritu de Dios para que te asista e ilumine. No te preocupes: «Dios dará su Espíritu a quienes se lo pidan» (San Lucas 11,13). Por lo tanto, antes de leer el texto, invita con fe la presencia del Espíritu Santo. Él estará contigo y te guiará en este momento, que es, ante todo, una oración y un diálogo de amor.
Una vez hayas invocado al Espíritu Santo, comienza con el primer paso: la lectura (Lectio). En este momento, pregúntate: ¿Qué dice el texto? Es decir, examina el contexto, los personajes, los verbos, los lugares e incluso si es de día o de noche. Aunque no lo creas, cada detalle es importante para comprender el sentido del texto. Recuerda que el hagiógrafo (aquel que es inspirado por Dios) no dejó ningún elemento al azar. Presta atención a los detalles que te llamen la atención y tenlos presentes. En esta etapa no hagas alguna reflexión personal, solo examina los elementos del texto. Los comentarios de los biblistas pueden ser de gran ayuda en este paso.
El segundo paso es la meditación (meditatio). En este punto, te preguntarás: ¿Qué me dice el texto? Es decir, ¿cómo se relaciona este texto con mi vida hoy? ¿Cómo resuena esa palabra en mi corazón, en mi historia personal? Las palabras y acciones que te llamaron la atención en la lectura tienen un sentido profundo, y ahora es momento de descubrir cómo conectan con lo que vives hoy. Los monjes utilizaban la imagen de «masticar» o «rumiar» el texto, es decir, descomponerlo y digerirlo en lo más profundo de tu ser. Esta reflexión te ayudará a identificar hacia dónde te llama el texto. A través de la meditación, la voz de Dios te habla, te anima, te consuela y te invita a la conversión. Este es un proceso muy personal; evita caer en el error de pensar que Dios está hablando a alguien más.
Dios ya te ha hablado a través de la meditatio. Es decir, la voz de Dios ha descendido del cielo, y ahora, en este diálogo de amor, tu voz se eleva hacia el Creador mediante la oración (oratio). Aunque tu oración parezca pequeña en medio de la inmensidad de Dios, tiene el poder de llegar hasta Él. La oración es tu respuesta a Dios, por lo que en este paso de la lectio divina la pregunta es: ¿Qué le dices tú a Dios? A partir del texto que has meditado, seguramente tendrás algo que expresar: alabanza, agradecimiento, perdón o súplica. Tu oración debe basarse en el texto que estás convirtiendo en oración, ya que es ese quien suscita tu respuesta.
La oración a la que te conduce la lectio divina es especialmente contemplativa, lo que nos lleva a una respuesta necesaria: el silencio de acogida o de entrega. Este silencio nos conduce al cuarto y último paso: la contemplación (contemplatio). Has recibido un gran don: has podido escuchar la palabra divina. Ahora es momento de hacer una pausa para contemplar lo que has orado. A veces, es necesario detenerse en el silencio para sentirte amado. En la contemplación, simplemente guardamos silencio y, con un corazón enamorado, damos gracias. Para finalizar, pregúntate: ¿Cómo me comprometo con este mensaje de Dios en mi vida cotidiana?
Hagamos una lectura orante y para eso te proponemos el siguiente texto.
San Mateo 14, 22 – 33.
Enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.
A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesus; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
cuando subieron a la barca amainó el viento. » Los de la barca se postraron ante él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».
Palabra del Señor
Luego de hacer el paso de la lectura te invitamos a meditar con los siguientes puntos:
¿Cómo está mi relación con Jesús, lo invito a montar a mi barca?
¿Será que estoy muy lejos de Jesús, me he adentrado al mar sin él?
¿Qué es el mar para mí?
¿Mi vida está inquieta? ¿hay cosas que mueven mi corazón?
¿Cómo veo a Jesús? ¿como un fantasma?
¿Siento que Jesús puede calmar mi corazón?
¿Me atrevo a dar el paso cuando Jesús me llama?
¿Por qué tengo miedo de hacer lo que el Señor me pide?
¿Cuando actúo, tengo a Jesús como meta?